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ENTREVISTA CON MERCEDES SOSA, ANTES DE ACTUAR CON MARTHA ARGERICH

(04/09/03)


De repente levanté el teléfono, me dijeron Soy Martha Argerich y no entendí nada. Pregunté: "Martha, ¿en serio sos vos?" Mi sorpresa fue tal que sólo atiné a invitarla a comer empanadas. Pero ella me dijo: Quiero que cantes conmigo en el Colón. Pensé que era una broma. Yo nunca imaginé... Mi deseo llegaba hasta cantar con Mina o con Carlos Santana... Y ahí estaba Martha ofreciéndome eso. Aunque la conozco desde hace muchísimos años, jamás supuse que me llamaría para hacer algo juntas. Nunca, nunca... Ella toca Prokofiev y nunca se presentó con una cantante popular. Yo tengo toda la colección de Chopin por Martha, comprada en Francia. Ahora vamos a hacer obras como La canción de árbol del olvido, de Alberto Ginastera, juntas. Esto es como un sueño".

Mercedes Sosa está sentada en un sofá de su departamento de Carlos Pellegrini y Arroyo, escoltada por pinturas de Antonio Berni, Raúl Soldi y Leopoldo Torres Agüero. María, su ama de llaves, sirve té alemán de frambuesa en tazas de porcelana fina: el humo blanco se va deshilachando en el aire y empaña los anteojos de la cantante tucumana. Tras los graves problemas cardíacos que padeció a fines de 2002, luce una saludable delgadez. "En diciembre pesaba 109; ahora estoy en 81", confirma. La túnica roja y negra le combina, delicadamente, con el chal, las botas de cuero, el pelo azabache y los labios de carmín, aunque le queda un tanto holgada. "Me la arrojaron al escenario durante un concierto —explica—. Ni siquiera sé quién lo hizo. Ni se imagina lo que me dan; discos, libros, hasta joyas. No me gusta acumular: mando muchas cosas a geriátricos de Córdoba. ¿Y las flores? Después de cada concierto, este living parece un cementerio".

Podría haber dicho "parece un jardín" o "un invernadero", pero optó por "un cementerio". No será su única referencia sombría. Una depresión que la tumbó en 1997 y la muerte de su madre en el 2000 la han condenado a una suerte de hipersensibilidad permanente. Durante la entrevista llorará en silencio varias veces, incluso al hablar de la poesía de ciertas canciones que cantará el domingo en el Colón, acompañada —en distintos tramos— por Argerich, por la Camerata Bariloche y por el guitarrista Colacho Brizuela. La evocación de la triste y bella El alazán, de Atahualpa Yupanqui, le humedece los ojos y le frunce el mentón. "Es tan amarga esa muerte, la de un caballo que cae por un barranco", dice, como si acabara de conocerla. Hace poco se propuso no llorar sobre el escenario. Fue en Rosario: "Cantaba un tema de Popi Spatocco y tuve que apretarme muy fuerte la pierna para no soltar lágrimas. La gente empezó a aplaudir como loca porque se dio cuenta de que me estaba martirizando. Estoy muy sensible".



Usted, como Martha Argerich, está más allá del bien y del mal en el plano artístico. Al subir a un escenario, ¿se siente definitivamente al amparo del cariño e incluso de la indulgencia del público?

Siento el infinito cariño del público, pero jamás existe seguridad sobre el escenario. Allí, siempre se está dando examen. Y más en el caso de los que trabajamos con la garganta. El cantante puede estar todo el tiempo estudiando, y yo vivo estudiando, pero está expuesto a contratiempos. En julio estuve en Massa (Italia) y me quedé muda, no pude cantar. Viajé a Roma, un médico me dio inyecciones y, cuando pude recuperarme, seguí la gira. Y el 9 de julio, día en que yo cumplía años, en vez de descansar, canté en Massa, para no defraudar a la gente.



En diciembre debió suspender sus shows con León Gieco y Víctor Heredia por problemas de salud. Antes había sufrido una depresión profunda. ¿Cómo se siente hoy?

Me siento muy bien de ánimo. Aunque tengo una tendencia a dormir mucho. Tal vez esté relacionado con aquella depresión. Tal vez lo necesito: he pasado tantos años corriendo de un lado para el otro. Estoy un poco saturada de viajes, hoteles y aviones, que me dan tanto miedo. En el 97 estuve muy mal: sólo dormía y vomitaba. Y lo del año pasado fue aun más grave. Tuve un problema cardíaco; me dijeron que mi corazón llegó a estar tres veces más grande que lo normal. Los médicos me aclararon que fue gravísimo, que me salvaron la vida por quince minutos. Como notará, a mí me agarran cosas grandes, no me ando con chiquitas.



¿Le teme a la vejez? ¿Qué amenazas vislumbra en el porvenir?

No le temo a la vejez porque ya soy vieja. Tengo 68 años. Mire si voy a tenerle miedo a lo que ya soy. A veces escucho hablar de "sexagenarios" y pienso en que soy casi una "septuagenaria"... Gracias a Dios, todavía puedo cantar, hacer lo que amo. Pero la enfermedad me hizo pensar en que no querría vivir así. Mi mamita se me fue en el 2000 y ya no le funcionaba la mitad del cuerpo, no podía hablar. Yo no quiero vivir así, quiero morirme lúcida. Ya no sé si es preferible morir siendo viejo o joven. La vejez es buena si uno está rodeado de la familia.

Esa cantante prodigiosa que cautiva desde los escenarios, esa sacerdotisa cargada de energía y vitalidad, no se parece del todo a esta mujer frágil que habla en voz baja. Sus palabras, melancólicas, tienen sin embargo firmeza. Cuando se le pregunta por algún concierto entre tantos, se ilumina: "Creo que no puede haber nada en el mundo como los 13 conciertos del Opera del 82". Ella volvía al país, la dictadura se retiraba.



Alguna vez lamentó que su música no llegara a las clases más postergadas. ¿Se siente una artista de la clase media?

Es cierto: pienso que la gente del pueblo no me conoce. Ni les intereso. En parte, porque no soy rubia de ojos verdes. Acá hay tal profusión de gente rubia que da miedo. No parecemos latinoamericanos sino suecos. Yo siento que no he podido llegar a la clase a la cual le he cantado. Tal vez por mi manera de ser. Imagínese: soy chaparra, petisa, de pelo lacio, india...



Lo que habla justamente de un origen popular...

Por supuesto. Pero fíjese que cuando Shakira tenía el pelo negro no tenía llegada popular, aunque cantaba tan bien como hoy. Tuve que teñirse y convertirse en rubia. Creo que hay un gran complejo de inferioridad. Una vez me estaban haciendo un reportaje afuera y la traductora no quería decirle "La Negra" al que me entrevistaba. Y yo soy "La Negra", soy india y estoy feliz de serlo, de mis ancestros, nobles, honrados. He pensado mucho en por qué no le llegué al pueblo. Creo que el problema mío es ser natural.

¿Qué le pasa al escuchar su voz en grabaciones de los 60 o 70? ¿Siente que pudo conservarla?

Me gustan especialmente los discos que grabé en los 70. Y también mucho de lo que hago hoy. El artista produce indudablemente cambios en su voz. Para no perderla es necesario una gran disciplina. Y yo la tengo.



¿Tuvo que cambiar muchos hábitos? Sé que en una época llegó a tomar siete whiskies...

Estaba amargada porque me había dejado el padre de Fabián (Carlos Mathus). En esa época tomé siete whiskies, y con hielo, que me ponía afónica. Era una manera de olvidar. En Europa tomaba vino tinto, blanco, champagne. He tomado. Pero luego me traicionó el estómago, la acidez. Hoy tomo una copa de vino y lo pago: no puedo dormir, por todos los remedios que tomo; los del corazón y los antidepresivos.



Sé que en Europa llegó a fumar hachís...

Sí, y me gustó. Vi a esa habitación blanca de color amarillo... ¿Se acuerda de Submarino amarillo, de Los Beatles? Escuché a Piazzolla con Libertango. Pero probé dos veces y dejé: porque me había gustado y porque hace mal; el hachís deja tonta a la gente. Muchas veces, las adicciones son cárceles peores que las de los militares. Me apena ver a tanta gente destrozada por las drogas.

¿Fumaba también tabaco?

Antes de morir, Pocho (Mazzitelli, su segundo marido) me preguntó: ¿Por qué das tantas ventajas? Yo fumaba cuatro atados diarios, aunque apenas pitaba cada cigarrillo. Indudablemente, su enfermedad me hacía mucho daño. Un día quise cantar Como la cigarra y no me salía la voz. De todo eso tuve que salvarme sola, que es la única forma de salvarse de las adicciones. Pero lo que cuento ocurrió muchísimo antes de mis 68 años. Está superado hace tiempo; hoy me cuido al máximo, aunque no es fácil. Mirtha Legrand dijo que le dan remedios y los deja en la mesa de luz. Si yo no llegara a tomar los míos, me muero en una semana.

Mercedes Sosa le pide a María que le sirva otro té. La tarde cae en los ventanales, detrás de un balcón desbordante de helechos. "Estas ventanas quedaron pulverizadas cuando volaron la Embajada de Israel, acá a la vuelta. Fue terrible, terrible. Tras el estallido, recuerdo haber visto a chicos que deambulaban con la mirada desorbitada, mudos. ¿Sabe qué define a una tragedia? El silencio posterior, el infinito silencio", jura la mujer del sonido extraordinario. Después se levanta para mostrar las artesanías latinoamericanas que abundan en su living, repartidas con la armonía, la elegancia y la iluminación de buen museo. "Me regalaron casi todo", aclara, como si se estuviera justificando después de décadas de trabajo.



¿Le duelen esos lugares comunes del estilo "Mercedes Sosa es izquierda pero vive muy bien" o "Era comunista pero vivía en Francia"?

He escuchado esas frases. No sé si quieren que viva en un rancho o qué. Desde ya le digo: no quiero que la gente viva en ranchos; quiero que viva bien, en casas limpias y confortables. Eso es lo que sueño desde hace mucho. Este departamento, que compré en 1973, no es lujoso: es cómodo. Dijeron que yo era una comunista que vivía en París; allá viví un año, en una casa alquilada que le presté a muchos amigos. La gente de derecha dirá una cosa, así como la gente de izquierda dijo otra por el asunto de Macri. Yo sigo mi vida y no pienso mudarme a un rancho porque me critiquen.

Usted aclaró hace poco que no le dio apoyo a Mauricio Macri para las elecciones porteñas. ¿Se arrepiente de haberlo recibido en este living en tiempos de campaña electoral?

Me arrepiento de que haya habido tantos periodistas presentes. Yo, ganara quien ganara, quería donar mis cosas para el proyecto del Museo de la música popular latinoamericana. Era para la ciudad de Buenos Aires, no para Macri. Pero se distorsionó todo; nos han ofendido mucho a mí y a mi hijo Fabián. Ahora no pienso darle los objetos a nadie, gane Ibarra o gane Macri. Nunca he dado motivo para alguien hable mal ni para que se burlen y esto me duele. Quiero que sepa que si aparece un mecenas para el museo no va a ser un político.



¿A quién votó, finalmente?

Ah, no pienso decírselo. Pero para presidente he votado a Kirchner y estoy contenta. Por un lado tengo esperanzas; por otro, ya es hora de que se haga algo con la gente que vive en las villas, que sufre, que no tiene nada. Kirchner ya recibió a las Abuelas de Plaza de Mayo, a todos, ahora tiene que empezar a hacer también para esa gente que está en el peor de los mundos. Su esposa, Cristina, ha estado en este living tomando el té: es realmente agradable, extraordinaria. También estuvieron Chiche Duhalde y la mujer del gobernador Felipe Solá. Me gusta esta nueva generación de mujeres, cultas, inteligentes, de mucho carácter.



Mercedes, ¿es cierto que usted se divertía en algunas entrevistas francesas dando datos falsos?

(Sonríe) Ay, si usted supiera las picardías que he hecho yo con la prensa... Pero, bueno, ¿para qué me aguantan?



¿Y en esta entrevista ha cometido muchas picardías? ¿Ha mentido mucho?

Para nada. Usted habla mi mismo idioma y conoce toda mi vida. Hasta sabía que fumé hachís... Probé dos veces, dije "hasta acá llegó mi amor" y nunca más. Le repito: la única cárcel de la que se sale solo es la adicción. La verdad es que puedo hablar con total libertad, a esta altura de la vida no me arrepiento de nada.



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